Nos acercamos al inicio de la temporada de
Adviento que, en la tradición cristiana, precede y prepara para la
Navidad. Y en esta ocasión algunos pensamientos me rondan.
La cristiandad celebra el 25 de
diciembre de cada año la fiesta de la natividad, nombre cuya
forma abreviada es navidad, y que se refiere al nacimiento de
Jesús de Nazaret. Hoy sabemos, gracias a la investigación bíblica
e histórica, que Jesús no nació ese día y que por allá por el
siglo IV la fiesta de la navidad sustituyó otra que los romanos
denominaban el sol invicto y que era dedicada al astro rey
como resultado del solsticio alrededor del 21 de diciembre.1
Las razones que llevaron a esa sustitución tienen que ver con la
adopción del cristianismo como religión del imperio romano y con el
profundo rechazo de la iglesia cristiana de entonces a todo lo que
denominaba paganismo, que en buena medida se refería a los
elementos de la cultura que tenían un origen externo a la tradición
judeocristiana.
Mucha agua ha pasado bajo el puente desde aquel
entonces. Y los cristianos de hoy vivimos en una época que puede
caracterizarse como la sociedad de la humanidad global, en la que,
entre otra cosas, se reconoce la necesidad de afirmar y valorar la
diversidad humana y construir lo que algunos llaman la
interculturalidad, uno de cuyos componentes importantes es la
inter-religiosidad. De modo que si aquella encrucijada
cultural y religiosa del siglo IV se repitiese en el XXI, otros
serían los resultados y los cristianos actuales recordaríamos el
nacimiento de Jesús en otra fecha, aunque nunca debe subestimarse
que los fundamentalismos y fanatismos rondan las tradiciones
religiosas monoteístas en todas las épocas, incluida la nuestra por
supuesto.
Pero lo que en esta ocasión quisiera resaltar es
que aquella sustitución de la fiesta del sol invicto por la de la
navidad muestra muy bien las serias dificultades que la
espiritualidad cristiana tuvo para reconocer e integrar asertivamente
nuestra relación y dependencia de la Madre Naturaleza. En la
historia del cristianismo hay ejemplos distintos, muy loables, como
el de Francisco de Asís y su reconocimiento del hermano sol y
la hermana luna. Pero se trata de casos lamentablemente
aislados. Y no es sino hasta el último tercio del siglo XX cuando la
espiritualidad cristiana comienza a superar esta tarea pendiente,
gracias al impacto y desarrollo de movimientos de conciencia
claramente ecológica y al diálogo abierto con otras tradiciones
culturales y religiosas.
Yo diría que el adviento debería ser
ocasión para recuperar la sabiduría que las culturas
antiguas de distintas partes del mundo mostraban al acercarse esta
época del año. En el desarrollo de estas culturas fue de gran
relevancia la comprensión y el manejo del tiempo natural. Observando
la naturaleza aprendieron a identificar diversos ciclos: cortos, como
el día y la noche (24 horas); medianos, como el ciclo lunar (28
días); y largos, como el ciclo solar (365 días). Y a partir de esto
aprendieron a desarrollar calendarios observando la luna y el sol y
lograron organizar mejor actividades humanas como la agricultura.
Pero para estas culturas la relación con la
naturaleza no se reducía a la mecánica calendarización de las
actividades humanas. También se dio una valoración y respeto de los
ciclos de la vida, como lo muestran los rituales relacionados con los
solsticios, presentes todavía en los pueblos originarios en el
continente americano y en otras regiones del mundo. El cierre de un
ciclo y el inicio de otro eran motivo de una ceremonia, la cual
simbolizaba una actitud, un ethos. El sol terminaba un
recorrido, pero renacía e iniciaba, vigoroso, uno nuevo.
Puede uno comprender esta actitud hacia otros
ámbitos de la vida. Un año podía haber tenido buenas cosechas. Y
debía celebrarse. Pero no era la última palabra. Delante estaba un
nuevo ciclo y por lo tanto un nuevo reto, una nueva exigencia. O
podía suceder lo contrario. Un año podía haber tenido malas
cosechas. Igual, no era la última palabra. Delante estaba un nuevo
ciclo. Y con él, una nueva oportunidad.
En definitiva, no se trata de paganismo, sino de
una espiritualidad de la naturaleza que aporta sabiduría para la
vida y para la fe. Una buena mezcla de conocimiento, prudencia,
agradecimiento, valor y esperanza. Con los pies en la tierra, pero
con la mirada hacia adelante, para no perder de vista tanto las
exigencias que vendrán como las oportunidades que se presentarán.
1Para
toda una generación de cristianos, uno de los estudios clásicos
sobre este tema era el del erudito alemán Oscar Cullmann, El
origen de la navidad, publicado en español por la Editorial
Stvdivm (Madrid), en 1973.